En esta escuela encuentro otra posibilidad, cuando la palabra paisaje se une a la palabra vincular. Ahí algo se afloja. Se abre una grieta fértil. Pienso: ante esta unión, tal vez no se trata de mirar el paisaje, sino de estar en él, de dejarse tocar por él. Un paisaje vincular no es lo que se ve, sino lo que se siente cuando hay vínculo. Es un territorio que amas y que te ama. Cuando el cuerpo se vuelve poroso. Cuando la tierra se habita, se encuerpa y no solo se observa.
Un paisaje vincular no se define por su estética ni por sus límites geográficos. Es más bien una trama. Un campo vivo donde lo humano y lo no humano están en relación constante. Donde hay memoria, respiración, deseo, pertenencia, pérdida. Donde cada elemento, cada gesto, cada sensación tiene lugar en un entramado que nos incluye y nos afecta.
En esta escuela del cuerpo y del entorno, la percepción se vuelve un puente. La tierra deja de ser un objeto y se convierte en interlocutora. El árbol se comparte en relación. El silencio no es ausencia de sonido, sino un campo de escucha. Y el cuerpo, lejos de ser un espectador del mundo, se vuelve un territorio más del paisaje que vincula. Un territorio que también guarda río, raíz, temblor y niebla.
Desde este lugar, el paisaje vincular es también una manera de comprender los vínculos humanos. Porque a veces el otro también se vuelve paisaje vincular. Otra palabra que toma un nuevo sentido es la palabra recurso. Un re cursar volver a encontrar el curso, unidxs a la fuente y a la conectividad de los vínculos. Cuando escucho palabras, y también al sistema nervioso, cuando me doy cuenta de que su pulso me afecta. Soy porosa y habito esta capacidad de afectación como una suerte que asume el flujo mutuo de sensaciones en relación. Saber y sentir en el cuerpo esto, también me permite poner límites. Puedo sentir hasta dónde y emprender un camino en el que el espacio se abre. Abrir suficiente espacio permite la co-regulación. La belleza de que la naturaleza, lo vivo, pueda ayudar a esta co-regulación es incalculablemente preciada.
Entonces, hablar de paisaje vincular es hablar de una forma de estar en el mundo con el cuerpo abierto. Con el corazón atento. Es reconocer que no hay separación entre el adentro y el afuera, que los contornos son permeables. Que la tierra nos toca tanto como la tocamos. Que hay árboles que conocen nuestras dudas. Que hay piedras que nos escucharon llorar. Que hay cuerpos que laten juntos aunque no digan palabra. Y que esta en cada unx de nosotros la capacidad de sentir que tanto espacio tenemos para sentir lo cómodo, y lo incómodo.
Estoy aún en mi exploración con esta idea. Me interesa seguir desarmando las formas en que nombramos, esquematizamos, organizamos lo vivo. Pero mientras tanto, me abrazo a esta noción de paisaje vincular como un modo de caminar con más presencia, más conexión, y menos control. Como si cada vínculo, con una persona, un monte, un recuerdo, pudiera ser un cuerpo en movimiento, en escucha, en resonancia.
Escrito por: LETICIA CORDERO MOTE