El doulaje somático es una práctica de presencia encarnada. Se trata de abrir un espacio donde sentir no sea una amenaza. Sentir lo cómodo, sí, pero también lo incómodo. Esa es la danza: ir y venir. El cuerpo se mece en este péndulo, y en ese movimiento encuentra algo que no siempre se encuentra desde lo sentido: integración.
Cuando una sensación se queda atrapada, porque dolió mucho, porque fue demasiado rápida, porque no hubo testigo. El cuerpo se organiza como puede: se congela, se va, se defiende. El trauma no es la experiencia, es la soledad del cuerpo ante esa experiencia. Por eso, en el postparto, cuando todo es nuevo y la vulnerabilidad está a flor de piel, tener un cuerpo testigo, una respiración que acompaña, puede cambiarlo todo.
La doula se vuelve campo. Sostén. No para arreglar, sino para estar. En ese estar, algo se organiza distinto. A veces se regula el llanto del bebé, otras veces la memoria de una pérdida pasada encuentra su cauce para ser mirada. A veces se siente el peso de una tristeza antigua. Pero hay algo que se acomoda cuando no se apresura.
Desde mi propia historia, sé lo que es querer convocar al fuego. Llamarlo para que consuma el dolor, para que lo transforme rápido. Pero el puerperio no se lleva bien con la prisa. La imagen que me acompaña ahora es la de la tierra mojada. Esa que parece impedir el paso, pero que en realidad está haciendo lugar para la semilla. No necesita secarse, solo necesita tiempo. Espera y gravedad. Espera y gravedad.
En los encuentros de acompañamiento somático, a veces las respiraciones se encuentran. Se reconocen. Hay un ritmo que no se impone, pero que se intuye. Y ahí, sin decir mucho, se abre un espacio para sentir. No se trata de ir hacia la comodidad ni de expulsar lo que incomoda, sino de poder quedarse. Respirar en ello. Dejar que el cuerpo diga lo que necesita decir sin apurarlo.
El cuerpo sabe, pero a veces duda. Necesita compañía que no dude de su saber. No se trata de empujar ni de proteger en exceso, sino de confiar. Y en esa confianza, algo se abre.
El nervio vago lo sabe. Sabe de vínculos, de regulación, de la magia lenta de estar acompañadxs. La teoría polivagal no es solo una teoría, es una poesía fisiológica sobre cómo el cuerpo se siente seguro. Sobre cómo el ritmo del corazón puede recordar lo vivo incluso cuando ha pasado por la muerte.
El postparto es una orilla entre mundos. Un pasaje. Y cada madre, cada familia recién nacida, necesita ser nombrada en su proceso como un poema vivo. Una canción suave con el tiempo. Un encuentro sin exigencia de destino. Solo la disposición a respirar juntos, a latir en presencia, a dejar que lo nuevo encuentre su forma.
Escrito por: LETICIA CORDERO MOTE